Cura ponk, por Inti Hernández
Me dijeron que ahí había sangre y por eso fui: porque no comprendía el contexto, el significado de una declaración así. Me dijo él, el del pelo rojo cortado con fade, mal gusto de la banqueta y la pared blanca: “aquí hay sangre, cáele y te curamos lo que traigas,” y caí porque no sé volar y el aterrizaje es la peor parte de todo.
Apenas toqué esa tierra ígnea tan suya, o sea, su departamento, mis sentidos delataron múltiples amenazas: el llanto desconocido, el olor a podredumbre que nunca falta en los nidos de la desesperación, y los cadáveres semidesnudos que todavía respiraban. El rojito me abrió la puerta y vi que estaba sonriendo con dientes manchados de mil maldiciones, rojas, amarillas y negras, pero todas eran hoyos que iban a otro lugar donde guardaba sus secretos. Su boca olía al único infierno que no conozco, pero inhalé esa nube para permanecer con un mínimo de valentía en mí: la falta de cordura suele llevar a las decisiones más arriesgadas.
“Esta es mi tierra, mi reino y gobierno de infelicidad,” me comunicó, “la tierra de los ponks, aquí puro ponk.” Entendí “punk”, pero pronunciaba la vocal tan azotada que el punk pasaba a ser ponk, así como hippie pasaba a ser jipi(teca), y aunque no me adjudico la fundación de esta secta que advocaba por la libertad espiritual suprema, sí que reconozco que el nombramiento hecho en estas líneas es, cuanto menos, digno.
Se vestía como un sacerdote de la Onda: poncho, calzones y nada más, ni calcetas, y se veía sanísimo si no lo veías a la cara. Los huesos no se le marcaban, y portaba unos músculos más que agradables, de ese tipo de carne que se ve bien con o sin ropa, de esa piel que es envidiada por los pelapapas y las tijeras de tela gruesa. Un gólem de pensamiento impuro: ese era él, con cuerpo de piel fulgúrea.
Me guio a través de la Estigia formada en la moqueta de su depa: los pseudo cadáveres de pseudo humanos al borde de la pseudo consciencia respiraban y roncaban bajo la suela de mis tenis, era imposible no pisarlos, cubrían el suelo para convertirse en una tierra árida, un señuelo de fertilidad, casi me parecía oír a Melquíades decir que esta era la tierra que nos han dado, y ellos, los muertos que aún vivían, nos donaban sus pieles pisoteadas para sembrar pesadillas.
Me sentó en un sillón hecho de arenas movedizas y recubierto de cuero rasguñado y manchado, una preciosa ofrenda a las calles en las que este chamán parecía habitar, pero la única apariencia que se dignaba a dar resultaba engañosa: éste era ratón de rascacielos, paloma del valle de cristal y polímero, un ave devoradora de novedades. Así, con su fade todo jodido y su pelo color de la anarquía, me dio la bienvenida a su secta sin que yo pidiera entrar.
“Te acongoja todo,” me dijo, “ahorita te damos tu cura para que le entres a lo ponk.” No me dejó rehusarme, pero para eso venía: para alivianarme de las congojas que él decía reconocer en mí, y capaz y yo sabía de lo que hablaba, pero me daba pena reconocerlo. El obispo(nk) agarró varias botellas de vidrio opaco, sucias y de cuyas boquillas despegaban humaredas anestésicas, y preparó la sangre del Cristo que él alababa: oscura, viscosa, espesa, manchada de la baba de cien abismos, y olía a la más pura derrota. Esto último lo dije en voz alta, y él se echó a reír. “De la derrota se sale,” musitó, “pero del ponk eres hasta morir.”
Y qué bonito sería morirse, así que me empiné el vaso de icor pagano y esperé, esperé cientos de décadas hasta que se me pusieron enfrente las nubes de todos los montes más allá del Olimpo, más allá de la cima de Jotunheim y unos cuantos escaños más por debajo de los cadáveres más frescos del Everest uuuuy ve cómo brilla el mundo, ve cómo se mueve la luna bajo la atenta mirada de Júpiter es que ese es un cogelón del carajo es el empedernido más recio del Sistema Solar uuaaaayyyyssss aguanta que viene cabalgando mi padre del monte en el que abandonó la esperanza antes de entrar a un reino en el que nadie lo conocía pero se hizo conocer porque vació sus ríos amarillos y mares rojos pero quiénes éramos nosotros cuando los vapores de la sequía lo desmayaron brrrrruuuuleeeep ya me sirvieron más sangre y mira que sabe a gloria pero la gloria no sabe la gloria
se
siente o se sent
ía porque ya siento bien poq
uito
y nos vamos vamosvamosvamosvamosvam
os
Y me fui. Al lado ponk. Ya curado. Nada más ha de decirse.
Inti Hernández
Con el cuerpo en Yucatán pero el alma en Tabasco. Nació el 4 de enero de 2002, estudiante de Literatura Latinoamericana en la Universidad Autónoma de Yucatán. Ganó un par de concursos de escritura locales y publicó en un esfuerzo editorial social titulado “Locuras Literarias” (@LocurasLiter1 en Twitter), y desde entonces, se somete a la suerte y el esfuerzo en el mundo de las letras.