Por un pelo de rana, por Luis G. Torres
No vayan a creer que los quiero engañar. Lo que voy a contarles es verídico y me pasó no hace mucho tiempo. Todos saben lo difícil que ha sido esta contingencia por la enfermedad viral que se ha extendido por el mundo. Ya hemos pasado muchos meses lidiando con esta pandemia, pero algunos hemos estado más cerca del problema que otros.
Yo siempre he desechado los pensamientos fatídicos. No sirven de nada, así que ¿para qué dedicarles energías? La gente vive con mucho temor a la enfermedad y es normal, pero yo me repetía una y otra vez que a mí no me iba a tocar padecerla. Me cuidé como todos, saliendo poco y usando cubrebocas las más de las veces, usando gel y lavándome las manos con frecuencia. Nada fue suficiente.
Me empecé a sentir raro, me dolía el cuerpo y por las noches no podía respirar bien, aun así, rechazaba la idea de estar contagiado. Repetía mi mantra a cada rato: “Yo no me voy a enfermar”. Aun así, terminé en una sala de emergencias del Hospital Civil, con nebulizaciones y sueros. A los dos días de estar interno, tuvimos el primer resultado positivo al COVID 19. Mi familia y amigos estaban preocupados, las historias que se cuentan sobre los contagiados no son digamos animosas. No podía ver a nadie, así que toda comunicación la llevábamos a cabo por teléfono celular.
Había día que me sentía mejor y afirmaba que me estaba componiendo, pero sobre todo por las noches me daba cuenta de la gravedad de mi situación y me daba mucho miedo. Una madrugada en la que me sentía muy mal, no podía respirar y sentía un dolor intensísimo en el pecho sucedió lo peor. De repente sentí un choque, creí saltar un poco sobre la cama, pero después sentí una mejoría, una sensación de tranquilidad y hasta de paz. Vi entrar a médicos y enfermeras cubiertos de batas y cubrebocas de papel desechable. Estuvieron mirando el monitor de los signos vitales, de donde se oían pitidos leves e irregulares. De repente todo ruido cesó y todos se miraron entre sí. Solo escuché una voz que decía: “Hora de la defunción, tres con cuarenta”. Todos empezaron a salir y solo una enfermera joven y regordeta se quedó, para cubrirme con una sábana blanca.
Sentí una gran tristeza, pensé en mi familia y mis amigos y decidí que no podía dejar de verlos aún. A mis treinta y tantos años había aún mucho por hacer. No había hecho nada más que prepararme, así que junté todas mis fuerzas y traté de gritar. No salió nada de mi boca. Repetí el intento y un ligero sonido se produjo en mi boca. Volví a intentarlo, con la mayor de las fuerzas posibles y por fin saqué por la boca en un gran grito. No podía moverme, pero si escuché ese grito que salió de mi boca y recorrió pasillos y salas vacías.
Alguien percibió mi grito, así que en unos minutos los doctores, enfermeras y hasta algún trabajador de limpieza trasnochado, estaban alrededor de mi cama. Me quitaron la sábana y vieron que mis ojos estaban abiertos, muy abiertos y que podía mover mis manos. Todos estaban desencajados, confundidos, incrédulos. Yo me sonreí de verlos a todos a mi alrededor y solo alcancé a decir: “Casi me llevan a la morgue, hijos de la chingada”.
Luis G Torres Bustillos nació en la CDMX. Es egresado de la Escuela de Escritores Ricardo Garibay, de Morelos. También ha participado en varios talleres de literatura, con Frida Varinia, Daniel Zetina, Roberto Abad, Efraim Blanco y otros. Ha publicado en una treintena de revistas electrónicas como ZOMPANTLE, PERRO NEGRO DE LA CALLE, PLUMA, KATABASIS, TABAQUERIAS, ALMICIDIO. LETRAS INSOMNES, ALMICIDIO y NAGARI, entre otras. Mas cuentos están incluidos en antologías nacionales y latinoamericanas. En 2021 publico en INFINITA su primer libro de cuentos : Pequeños Paraísos perdidos, y el año pasado Sin Pagar boleto, cuentos y narraciones de viajes por México. Este mes de enero presentó su tercer libro de cuentos INQUIETANTE, bajo el sello de Infinita.