Alas a los alacranes, por Fredy Landeros

Alas a los alacranes, por Fredy Landeros

Érase una vez, en un pueblo muy lejano, para nada mágico y exageradamen­te ranchero, siete enanos punk maquileros que se dedicaban a trabajar como burros toda la semana y a emborracharse viernes y sábados. Cuenta la leyenda que eran los siete punks rancheros alcohólicos que fundaron el punk en la ciudad. Daban poco chivo a sus viejas con mil hijos y en cambio se gastaban su lana pisteando y tocando con su desafinada banda.

Cierto día, uno de esos sábados alcohólicos, mientras yacían tirados en la plaza de armas, llegó alguien nuevo a la ciudad, era punk, agüevo, se le notaba, traía botas tribaleras, los pantalones rotos, una camisa desajustada, un vino de veinte varos y un peinado tan, pero tan punk, que no pudieron evitar hacerlo compa. Su nombre era Fermín, el cabeza de alacrán, le apodaron por su extraña trenza que salía de abajo de su cabeza y culminaba en su frente rela­mida de gel con un piquito, estilo Misfits. La amistad entre los punks es la más sincera: comienza hablando de bandas, morras y luego haciendo cope­racha para los tabacos y el pisto, todos pegados de la misma botella, si eso no es hermandad no sé qué lo sea.

Total, los siete punk rancheros y el cabeza de alacrán se hicieron com­pas y lo invitaron a una tocada de SkaReggaePunkSurfRapAdolescente con quinceañeras borrachas. No tenían mucha lana, pero sí un chingo de ganas de pistear y de echar un palomazo. No había espacio en el evento, pero qué más da, a los punks les vale verga, el escenario era suyo aun­que nadie los hubiera invitado.

Al fin llegaron a la cueva donde se llevaba a cabo el toquín. Ya andaban medio pedos y apenas eran las once de la noche, se les iba a acabar la feria y, para acabarla de chingar, el del bar no los dejaba entrar. “No hay pedo”, dijo uno de los siete enanos punks, “nos vamos a portar bien”, era el que andaba más sobrio, o no tan pedo, “si nos das quebrada te hago un tatuaje gratis, es más, voy hasta tu casa, nomás pichas una guama”. Tal argumento convenció al güey de la entrada.

Ya adentro formularon un plan, casi no traían lana. “Divide y vencerás”, dijo uno. Cada cual se fue a robar cheve, tequila, mezcal y cigarros, bueno, no es robar, nomás pedir prestado, por un rato, en lo que se empedaban.

En cuanto vieron el escenario vacío, se subieron y agarraron los instrumen­tos, hasta invitaron al Fermín cabeza de alacrán, “no hay pedo que no sepas tocar, ni te sepas las rolas, tú dale”, lo alentaron antes de subir. Pasaron dos rolas hasta que llegaron unos vatos y los sacaron, el público no pedía más, los abucheaban, les aventaban cerveza y mentadas de madre, “agüevo, fue un éxito, como los Sex Pistols”.

Los sacaron del lugar con una patada en el culo y una maldición; “están ve­tados por los siglos de los siglos santos, amén”, lo mismo de cada semana. Afuera de la cueva estaban tres gorditas bailabanda con mochila verde amarillo y rojo fumando mota y con una caguama en una bolsa negra. “Déjenmelo a mí”, dijo el enano punk que andaba siempre más pedo que todos, ese cabrón siempre agarraba vieja diciendo, “toco en una banda, soy baterista”, y que jalan. Se montaron todos en una carroza mágica que los transporta como sardinas con un chofer mirando por el retrovisor que no vayan haciendo tanto desmadre, y todo por veinte pesos que terminaron pagando las gorditas.

Acabaron como todos los fines en la casa del único enano punk que tiene casa, allí mismo donde tatúa chacas y malandros por cincuenta pesos con su máquina hecha con un motor de carro de juguete y una cuerda de guitarra. La casa está bien lejos, allá donde los cholos no duermen por tanta piedra filosofal y las calles están más oscuras que la chingada. La última coperacha de la noche se ve prometedora, las gorditas pichan, órale, un putazo de cheve y tres botellas de Tonayán para rematar. El cabeza de alacrán no dice nada, anda ya bien pedo, quién sabe dónde anda o con quién, Él nomás pistea y los voltea a ver como un niño perdido, no sabe nada de este desmadre.

Como a eso de las cuatro de la mañana el enano baterista, el enano guita­rrista y el enano guapo que no sabe hacer nada, se desafanaron con las gorditas, uno al patio, otro al baño, y otro a la brava en la sala, les iban a dar pa’ sus chicles. Siempre se quedan los mismos sin coger, hasta el cabeza de alacrán se agüitó.

No pasó ni media hora cuando las morras se fueron caminando; “a ver si no se las roban los cholos”, les gritaron. Disque ya era bien tarde, sí, cómo no, nomás querían coger, lo consiguieron y se fueron, así son todas”.

A las cinco y con la última botella de licor, vieron un alacrán parado en la pared (aplausos) en la pared (aplausos) en la pared (aplausos).

“Como que ya hace hambre”, dijo uno de los siete enanos punks; “allá en el centro guisan los alacranes y se los comen en un taco ¿a qué no te lo comes, culo?”, dijo otro enano. “Agüevo que sí”, respondió, era el enano baterista punk ranchero más valiente y pendejo de todos. Agarró el alacrán de la cola, le picó como tres veces antes de poderlo agarrar bien, pero no sentía, andaba hasta las nalgas. Se tambaleó un poco y se le echó a la boca: “¡Pendejo, la cola no se come!”, y todos se soltaron riendo hasta que se desmayó.

Un enano punk habló a emergencias, pero ya era tarde, esté cabrón se había pelado pal otro mundo. Al día siguiente salió en las noticas del canal 10: “muere joven punk ranchero por congestión alcohólica y envenenamiento por picadura e ingesta de alacrán”.

Luego de ese día jamás volvieron a ser los mis­mos, les faltaba uno, ya no eran los siete enanos punk rancheros, no, ahora eran los seis enanos punk rancheros. Del cabeza de alacrán, el Fermín, jamás se volvió a saber nada. Algunos dicen que se le ve igual de callado por las noches inhalando polvo mágico y pidiendo pa’ un taco, dicen también que ya no lo recuerda, que olvidó aquel día en que experimentó lo fácil que es ser punk.

 

Freddy Landeros (Durango, 1993). Músico, poeta y loco. Su carrera como escritor comenzó a los 15 años cuando escribió canciones para una banda de punk a la que perteneció, pero fue más o menos a los 19 años cuando empezó tal cual a escribir poesía y narrativa en el taller del poeta Jesús Marín. Fue seleccionado para participar en “Los Signos en Rotación Interfaz” en la ciudad de Monterrey. Participó en el encuentro internacional de escritores José Revueltas, también tuvo una colaboración en la revista virtual “La Otra”. Actualmente tiene tres poemarios publicados de manera autónoma y trabaja en un libro de cuentos.