Bloody Mary, por Miguel Ángel Castelo | Cuento

Al fin logré conseguir la veladora negra. Ya tengo todo lo necesario para hacer el ritual y saber si voy a conseguir novio pronto. En mi cuarto está la vieja biblia de mi difunta abuela y las tijeras que usa mi madre para cortar tela ya se dónde las guarda. Antes de que se vaya a acostar entraré a su cuarto para tomarlas. No se me debe olvidar nada de lo que me dijo Stefanie: “Luces apagadas, vela encendida, las tijeras encima de la Biblia, cierras los ojos y dices su nombre siete veces… Debes hacerlo así Selena, si no, no vendrá.”

Yo no soy la gran diosa. No tengo el culo de Teresa o las chichis de Kenia. Pero de que ya me urge un novio, me urge. Tony no es mal prospecto. Juega en el futbol americano de la prepa, es fuerte, muy guapo y aunque no tiene los ojos verdes, como a mí me gustan los hombres, su mirada cafecita no me disgusta. Anda de cogelón con media prepa, pero si llega a estar conmigo, de que lo aplaco, lo aplaco.

Ya faltan quince para las doce. Lo bueno que hace rato fui al cuarto de mamá por las tijeras. El pendejo de mi hermano ya debió prender su Xbox y le bajó todo el volumen a la tele. Casi debo andar de puntitas porque aunque mi mamá duerme, llega a notar cuando el morrillo juega con la caja idiotizadora. Traigo ya la biblia, las tijeras, la vela y el encendedor de la cocina.

La biblia debe estar a mi derecha con el lomo viendo hacia donde estoy, encima las tijeras. La veladora encendida en medio del lavamanos. La luz apagada. Mi mano derecha encima de las tijeras y la biblia. Cierro los ojos y digo siete veces su nombre:

Bloody Mary… Bloody Mary… Bloody Mary… Bloody Mary… Bloody Mary… Bloody Mary… Bloody Mary…

Abro los ojos y no hay nadie. Repito el ritual. Nada. Giro siete veces a la derecha, a ver si la distingo por el rabillo del ojo y no. Me quedo buen rato a ver si se aparece y no. Repito una vez más el ritual de las siete veces y las siete vueltas y nada. Pareciera que tiene otras citas que atender con más muchachas igual o peor de feas que yo. La entiendo, hemos de ser clientas frecuentes.

Quito la biblia y el encendedor y salgo hacia mi cuarto. Dejo la puerta abierta. Regreso a medio camino porque no me traje las tijeras ni la vela, pero noto que se apaga. No escucho viento, así que me acerco sigilosamente. Ya que entro, prendo la lámpara de mi teléfono. Esta abierta la ventana de la regadera. La cierro. Tomo la veladora. Ya que cierro la puerta oigo un leve cuchicheo dentro. Vuelvo a abrir y veo en el espejo a una chica ensangrentada del cuello con las tijeras en la mano, haciendo señas para que me acerque. Rápidamente prendo la luz. Se va. Las tijeras caen al lavabo. No sé cuánto le vaya a llegar de luz a mi mamá, pero prefiero dejar la luz prendida a que Bloody Mary me vuelva a contestar una pregunta.


Miguel Ángel Castelo (Tijuana, 1995) Estudiante de Lengua y literatura de Hispanoamérica en la Universidad Autónoma de Baja California. Textos suyos aparecen en revistas electrónicas como Gaceta Lenguas y LetrasMetáforas al aireGramanimia, Retazos de ficción y El morador del umbral, donde es también editor en la sección narrativa, así como en las antologías “Voz migrante” (2017), “The real morador blues” (2020), “Los 21” y “El descenso” (2021 ambas) y “Soñar en noviembre” (2022).