Monstruo, cuento de Yessenia Hurtado | Brujas&Cholitos

Monstruo, cuento de Yessenia Hurtado | Brujas&Cholitos

El insomnio se ha convertido en mi peor enemigo desde que me cambié a esta casa, solíamos ser cómplices antes de que mantenerme en vela fuera una condición necesaria para salvaguardar mi integridad física y moral. Todo comenzó cuando lo vi por primera vez afuera de mi ventana observándome fijamente, pensé que era una aparición así que cerré los ojos y balbuceé una oración que aplacara el miedo. Cuando los abrí, él ya no estaba, salté de la cama y corrí a la cocina donde estaba la señora que me ayuda en las labores domésticas.

—Buenos días, señorita ¿le preparo su café? — me preguntó al verme entrar.
—No, aún es temprano. Oye Matilde ¿has visto algo raro en la casa en estos días?—
—¿Cómo qué? —
—Digamos, alguna presencia extraña. —
—¿Algún fantasma o algo así? No, señorita. Aquí no hay nada de eso. —
—Un fantasma no, más bien un monstruo. De esos que ya te dije que me dan pavor. —
—Ah, no. Para mí que eso de escribir y leer tanto ya le hace ver cosas que no existen. —

Su argumento me pareció lógico pues llevaba cuatro noches seguidas sin poder dormir gracias a la presión de mi editor al que le urgía el manuscrito de mi nuevo libro para poder hacer las correcciones necesarias y sacarlo al mercado lo más pronto posible. Fue por eso, y porque estaba cansada de la vida citadina, que compré esta casa alejada de la ciudad, del ruido y sin vecinos, el pueblo más cercano quedaba a una hora y media de camino.

Una vez terminada la plática matutina donde las risas me hicieron olvidar el desafortunado encuentro, subí a darme un baño para después encerrarme en la biblioteca con mis amantes: los libros, mi cuaderno, mi pluma y mi laptop. Cuando entré me sorprendió ver el ventanal abierto, todas las noches yo me encargaba de cerrarlo porque no quería que la naturaleza me hiciera alguna travesura en estos días de lluvia, pero luego pensé que Matilde tal vez lo había abierto para que no se encerrara el aroma a humedad y papeles viejos, como ella dice. Lo dejé así, me gustó ver como las cortinas blancas bailaban con el viento.

Me senté frente a la montaña de libros y justo cuando me disponía a consultar algo con los hermanos Grimm pude notar que en mi escritorio había pequeñas manchas de lodo que, al observar más de cerca, dibujaban unas huellas pequeñas que iban en línea recta hasta perderse en la alfombra de mi habitación para luego regresar y desparecer en el ventanal. Me asomé y lo vi ahí en medio del jardín mirándome fijamente otra vez. La taquicardia se apoderó de mi corazón, se me nubló la vista y juro por Dios que lo escuché reír mientras yo caía al piso. Cuando reaccioné, Matilde estaba junto a mí con un frasco de alcohol que pasaba por mi nariz, le conté todo.

—¿Está completamente segura de lo que dice? —
—Te juro que fue real. Por favor cierra bien las puertas y ventanas. —

Una vez tranquila retomé la escritura, fui a mi habitación por unas hojas sueltas dónde la noche anterior había plasmado las ideas que la inspiración me dictaba, quise morirme cuando las encontré mojadas y desprendiendo un aroma repugnante, como si no fuera suficiente, estaban rasgadas y mordidas. Me quedé en shock por un momento luego recordé las huellas, seguramente Él era el responsable, tal vez había estado espiándome en la noche mientras planeaba su fechoría. Me enojé tanto que terminé por romperlas y las boté a la basura.

Ese fue el comienzo de sus apariciones y de sus trastadas en mi contra: lo veía cruzar rápido de la cocina al comedor, su sombra brincaba de un sillón a otro, aparecían marcas de colmillos en los lomos de los clásicos rusos y por los pasillos encontraba pájaros muertos, lagartijas sin cabeza, hasta pequeñas culebras sin cola. La tinta de mi pluma estilográfica regada sobre el escritorio se semejaba a la sangre de una escena del crimen que ese ser había cometido.

—Me estoy volviendo loca, Matilde. — le dije llorando y le pedí que se quedara a dormir, le pagaría más, pero ella dijo que lo haría por puro instinto maternal.

El estado de alerta en el que me encontraba ya me estaba cobrando factura, lo gritaban mis ojeras violáceas y la ansiedad que me había regresado al hábito de morderme las uñas. Descansar era todo lo que quería, así que conduje hasta el pueblo para comprar algún somnífero que me ayudara a dormir y si era necesario recurriría a la vieja costumbre de colgar crucifijos por toda mi habitación para alejar a ese ente maligno.

Llegué a casa y le dije a Matilde que, si por la mañana no me había levantado a las 9 am, por favor me despertara. Se lo dije susurrando pues tenía miedo de que el espectro estuviera escuchando y pudiera hacer algo para perturbar mi paz.

Puse el punto final en el penúltimo capítulo de mi libro y me llené de felicidad al ver lo que había logrado aun sintiendo miedo. Estaba tan contenta que sólo pensé en tomarme el somnífero y cobrar mi recompensa. Apenas mi cabeza besó la almohada caí en un sueño profundo, era como si Morfeo hubiese decidido pasar esa noche solamente conmigo. Pero no duró mucho el encanto, el dulce sueño se estaba convirtiendo en pesadilla pues en ese mundo mágico me veía corriendo en medio de un bosque a causa de una sombra negra que me perseguía haciéndome tropezar y enroscando su cola en mis pies para arrastrarme entre los árboles, las uñas se desprendían de mis dedos intentando aferrarse a la tierra mientras gritaba horrorizada.

Desperté y me di cuenta que mi pesadilla era sólo una advertencia de lo que pasaba en realidad, el engendro que me causaba terror estaba sobre mi pecho mirándome con esos ojos amarillos brillantes, moviendo su cola de un lado a otro y paseando su lengua de un colmillo a otro. Grité tan fuerte que sentí como mí espíritu abandonaba mi cuerpo y de nuevo me desmayé. Al volver en sí, Matilde, mi ángel, estaba otra vez con el frasco de alcohol en una mano y acariciando con la otra mí cabello.

—Señorita me asusté mucho cuando la escuché gritar. Subí tan rápido como me lo permitieron mis pies. Abrí la puerta, la encontré inconsciente y a esa cosa mirándola desde la esquina de su cama, pero en cuantito me vio, salió como alma que lleva el diablo por la ventana. —

—Matilde, tal pareciera que escucha cuando digo que le tengo pánico y por eso hace lo que hace. Tal pareciera que lo que le da sentido a la vida de ese gato es querer matarme. —

La abracé y comencé a llorar. Su aroma a mujer de campo me recordó a cuando mi madre seguía viva y pasó el mismo calvario. Ella también vivía aterrorizada por aquel monstruo peludo, pero para mi buena fortuna yo no había sufrido un infarto al miocardio, al menos no todavía.


 

Yesenia Hurtado González
(Otzolotepec, Estado de México. 1990)

Estudió la Licenciatura en Ciencias de la Información Documental en la Universidad Autónoma del Estado de México y actualmente se desempeña como Bibliotecaria en la Biblioteca de Medicina Química de la misma Universidad. Entusiasta por las artes, la lectura y la difusión cultural, ha participado en diferentes actividades de fomento a la lectura y cultura de su lugar de trabajo. Es miembro activo del Taller Literario Concha Urquiza en Toluca, Estado de México y sus textos han sido publicados por El viento, editorial en las antologías de Mosaico, Anábasis y Catarsis.

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