Tlahuelpuchi, por Yesenia Hurtado González

Tlahuelpuchi, por Yesenia Hurtado González

Dormía en el vientre de mi madre cuando una mujer que mi padre despreció me maldijo.

Ninguno de los dos se dio cuenta hasta después de que la primera gota de sangre se desprendió de mis entrañas y puso una mancha impura en mis calzones de manta.

El primero en notarlo fue mi padre porque una noche mientras yo dormía vio como mi cuerpo flotaba encima del petate que tenía del otro lado del cuarto sobre el piso de tierra de la casa y no le dijo nada a mi madre porque bien pudo estar soñando.

Mi mamá no le dio importancia a la tarde que me descubrió detrás de unas macetas bebiendo la sangre de una gallina que había degollado con el machete porque ella nos daba de comer la carne de los guajolotes y hasta guisaba su sangre.

Yo descubrí que era diferente a las otras niñas de mi edad cuando una noche el calor que sentía dentro de mi cuerpo hizo que saliera sin hacer ruido de mi casa hacia el río para mojar mi cara, pero fue en vano, era como si la lumbre quisiera brotar de mí. Cerré los ojos e imaginé como una llama naranja me abrazaba hasta hacernos una sola y cuando los abrí me di cuenta que no estaba imaginando nada, yo era el fuego y empecé a brincar entre los árboles, contenta.

Regresé antes de que saliera el sol y antes de que mis padres se dieran cuenta de que no estaba junto al petate de mi hermana la menor así que cerré los ojos de nuevo y bastó con desear volver a ser Citlalli para estar de pie frente a la puerta de mi casa. Ese día todo lo que anhelaba era que regresara la noche pero se me ocurrió preguntarle a mi madre si era posible que una mujer se pudiera convertir en lumbre y volar, ella con mucho miedo y tristeza en los ojos me dijo:

-Las Tlahuelpuchi, esas además de ser lumbre se convierten en animales y tienen sed de sangre de recién nacidos. Una de esas fue la que se chupó a tu hermano Hilario, tú no te acuerdas porque estabas más chamaca. ¿Por qué preguntas eso? ¿Por qué te pusiste tan pálida, mijita?-

Con la piel tan pálida como el mantel que mi mamá había puesto en el altar de los santitos y la Virgen de Guadalupe me quedé pensando en que yo no quería chuparme la sangre de nadie, yo no quería que las personas me tuvieran miedo y mucho menos quería ser un monstruo pero ¿qué podía hacer? yo era una niña de apenas 12 años con 3 hermanitos a los que amaba y defendía hasta de los zancudos.

Pero esa noche el zancudo fui yo cuando en medio de mis sueños las palabras de mi madre replicaban como la campana cuando la tocan por un difunto, hicieron tanto eco que me levantaron de golpe de mi petate, me tomaron de la mano y me sacaron de la casa guiada por un instinto y hambre que nunca había sentido. Sin pensar en nada cerré los ojos, me transformé en esa bolita de lumbre y volé hasta el pueblo. Entre el silencio y la oscuridad escuché los llantos de un recién nacido, era el hijo de Doña Lupe, el 5° hijo que le paría a Don José y sin más me paré en su tejado ante los ojos de un gato que al verme corrió y saltó hasta el tejado vecino.

Admiré su destreza y agilidad así que le copié la forma para bajar más rápido por las columnas de vigas podridas que sostenían el portal de la casa. Una vez en el patio céntrico ubiqué el cuarto de Doña Lupe y con mi andar felino caminé hasta la puerta con ventanas a través de las cuales la vi a ella, a Don José y a ese bebé que a mis ojos eran un pequeño ratón con el que podía jugar antes de arrancarle su primer y último suspiro en este mundo, lamí mis bigotes imaginando el virginal y dulce sabor. Presa de un deseo desconocido mi cuerpo comenzó a convertirse en una especie de vapor apenas perceptible para la vista que me permitió colarme por debajo de la puerta. Yo no sabía que podía hacer eso pero me encantaba el poder que sentía y soló dejé que mi instinto hiciera presencia.

La pareja de esposos cayó dormida víctimas de mi hipnótica neblina verde permitiendo así que yo me materializara al lado de la cuna de ese bebé que también dormía, su olor tan puro y limpio provocó que se me hiciera agua la boca, justo como me pasaba cuando veía las manzanas grandes y rojas que Don Pedro vendía los domingos en el mercado e imaginaba lo jugosas que debían estar. Lo tomé en mis brazos y una sonrisa se me dibujó en la cara, le pasé la lengua por aquellos cachetitos rosados y mi saliva resbaló por ellos hasta llegar a su pequeño cuello, ahí clavé los dientes y comenzó mi festín. El pobre bebé no rompió en llanto como lo pensé, eso me hizo disfrutar más el momento, no pude evitar recordar aquella tarde cuando maté a la gallina. El dulce néctar de su ser viajaba por mi garganta inundando todo mi cuerpo provocándome un éxtasis total y deseando sólo una cosa: dejar seco a ese pobre inocente.

Cuando terminé de comer volví a convertirme en neblina para salir del cuarto, esperé a que alguno de ese par despertara y viera la cuna con aquel niño que había pasado del color blanco al color morado. Escuchar el gritó de horror de Doña Lupe me produjo una satisfacción sin nombre seguida de una risa que jamás me había escuchado la cual provocó que todos los perros de la calle comenzaran a aullar. Don José abrió la puerta para ver si encontraba al culpable de dejarlo sólo con 4 hijos pero yo fui más rápida y me convertí en esa bola de lumbre que salió de un brinco de su patio dejándole los ojos como platos por el asombro de lo que acababa de ver.

Regresé a casa antes de que el sol apareciera atrás de los montes pero se me olvidó que mi papá era muy madrugador y que ese día se iba más temprano que de costumbre porque tenía que trabajar en otro pueblo. Lo vi cuando estaba cerrando la puerta de madera que él mismo había hecho. El miedo de que me descubriera hizo que yo tomara la forma de un coyote para esconderme detrás de nuestro pozo.

Pero mi papá no era tonto y tenía un oído envidiable así que escuchó cuando mis patas traseras pisaron las hojas secas, volteo hacia donde estaba y sus ojos se encontraron con los del animal que era su hija, los miró fijamente y dijo:

-Yo sé que tú eres mi Citlalli y también sé de dónde vienes. Vete de aquí antes de que despierte tu mamá y se muera de la vergüenza por tener una hija como tú. Yo le voy a decir que te encontré muerta. Le diré que los coyotes te mataron, que te quitaron cachos de carne y para evitarle tanto dolor agarré los pedazos que quedaron y los eché al río. Si alguna vez encuentras flores blancas en la corriente no vayas a dudar que las echó tu mamá para pedir por tu alma, pero flores y rezos te van a faltar para salvarte. Vete y no hagas tus maldades aquí en el pueblo porque ahora todos te estarán cazando.- Se limpió las lágrimas y se fue.

Yo me levanté en mis dos piernas, sequé el agua salada que me salía por los ojos, abrí quedito la puerta para ver por última vez a mi mamá y a mis hermanitos, ¿quién los iba a cuidar ahora de los zancudos?

 

Yesenia Hurtado González (Villa Cuauhtémoc, Otzolotepec, Estado de México, 1990). Estudió la Licenciatura en Ciencias de la Información Documental en la Universidad Autónoma del Estado de México y actualmente se desempeña como Bibliotecaria en la Biblioteca de Medicina Química de la misma Universidad. Entusiasta por las artes, la lectura y la difusión cultural, ha participado en diferentes actividades de fomento a la lectura y cultura de su lugar de trabajo. Es miembro activo del Taller Literario Concha Urquiza en Toluca, Estado de México y sus textos han sido publicados por El viento, editorial en las antologías de Mosaico, Anábasis y Catarsis.