Amor de madre, por Carlos Ramos

Amor de madre, por Carlos Ramos

Ay, hijito, todavía no comprendo por qué lo hiciste. Siento un vacío en el estómago cada que me acuerdo. Ya pasaron cuatro años, pero duele como si hubiera sido ayer, sé que tenías tus razones, no soy quién para juzgarte, aun así, una pena se anida en mi corazón.

Hoy te voy a llevar tu comida favorita, aunque sea para que la huelas, ahí me voy a quedar contigo un rato, ¿qué otra cosa puedo hacer? Si vieras cuánto he sufrido, <<madrecita, discúlpeme por este disgusto, era algo que tenía que hacer, ya no podía más>>.

Usé todo el dinero que dejaste, te lo he dicho en otras ocasiones, sé que todo lo tenías planeado, no querías estar aquí y te hiciste cargo de tu propio funeral, hasta de la banda que tocó mientras te estábamos sepultando, fregado muchacho. A mí me ocurrió la de malas encontrarte colgado en tu cuarto, ya tenías la lengua de fuera y estabas morado. Vinieron a bajarte y tú lo sabes, lloré mucho, me causó una impresión espantosa, ojalá hubiéramos hablado más para que esto no ocurriera, porque duele mucho que no estés.

Te digo que usé el dinero, así como lo pusiste en la nota que encontré junto a tu cuerpo, canijo muchacho. La familia vino y no lo creían “si estaba bien, era muy alegre, siempre se reía” y muchas otras cosas que oí que decían. Era cierto, así eras, reías muchos, hacías chistes, pero solo vemos lo de afuera, un mar en calma esconde océanos bravos. Bueno, vinieron familiares porque te querían y comenzaron a cooperar para lo que hiciera falta. Tu primo Chuy pagó el material para la tumba, tu tío Macario la banda, tu papá la caja, Luis el lugar en el panteón, Mercedes y sus hijas la comida, Celia la misa, Paco las flores, Paty la renta de las sillas y la lona. Luego se fueron turnando para dar algo de comer en los nueve días siguientes.

Encontré el dinero en una caja de zapatos sobre el ropero de mi cuarto, tuve que regresar a cada uno lo que gastó, porque ¿ya ves lo que hiciste? <<discúlpeme, madrecita, no quería ser una molestia para nadie>>. Después de todo, tenías que hacer tu santa voluntad, pero te entiendo, solo así podrías estar en paz.

Tu papá me dijo que el día que te enterramos soñó contigo, que le pedías disculpas por lo que habías hecho y le decías que no pagara nada, que me dijera para que le regresara su dinero, si vieras la enojada que me di, le dije de todo, que era un tacaño, un maldito, un cabrón que no era capaz ni de pagar la caja de su hijo. Ya que se me bajó el coraje entendí que solo me estaba contando su sueño, pero yo estaba triste y luego enojada, por eso le dije aquello. Después comprendí lo que pasaba, porque así hiciste con varios, aunque con tu primo Chuy sí te pasaste, te saliste de su sueño y le diste un buen susto, casi te lo llevas contigo, no había necesidad de querer ahorcarlo, ya sé que con él te llevabas pesado, pero, condenado muchacho, él únicamente pagó el material y tú le haces eso, no hay manera. Ya luego fue chistoso porque dijeron que se le subió el muerto, pero él sabía que habías sido tú.

Por eso comencé a repartir los centavos, porque sabía que no ibas a dejarlos en paz. No fue difícil, los involucrados tenían una historia contigo, “qué buen muchacho era, si vieras que me agradeció por la comida”, dijo Mercedes, que cada que hablaba de ti se le iluminaban los ojos y los demás contaban cosas parecidas.

Canijo muchacho, no lo hubieras hecho y todavía estuvieras aquí disfrutando de los chiles rellenos que tanto te gustaban, no que ahora nada más puedes olerlos, porque es lo único que tienen permitido los difuntos, quisiera que los saborearas como antes, pero ni modo, me da tristeza, pero no puedo hacer otra cosa. Sabes que en noviembre y el día de tu cumpleaños te los traigo, no me vas a dejar mentir, no he fallado, porque eras mi muchachito, ay, si no te hubieras ido de esa manera. Nunca fuiste malo y ahora te lo digo (aunque parece que ya no sirve de mucho), tú eras el consentido, el hijo menor, el que más estuvo conmigo. Todavía no entiendo tus razones, tal vez jamás lo comprenda, no lo dijiste ni lo pusiste en la nota, no sé si fue por amor, por algún problema en el trabajo, no lo sé. Quisiera que estuvieras aquí y poder abrazarte, pero ya no se puede, ya van cuatro años, fregado muchacho.

Ya casi están listos los chiles rellenos, capeados, unos de queso y otros de atún, porque sé que te gustaban así, además unos frijolitos negros con epazote. Si estuvieras aquí estoy segura que te chuparías los dedos, porque también hay tortillas de esas pequeñas que te encantaban. Ahora solo los vas a oler, qué otra queda, <<no esté triste, madrecita, ya no podía más>>.

Los nueve días siguientes después de tu muerte fueron muy difíciles, hubo bastante gente, yo no podía entender lo que acababa de pasar. Muchos te querían, eras buena persona, pero decidiste no estar más y yo no supe qué hacer, durante esos días me quedé muda, simplemente no me salían las palabras, algunos pensaron que me había vuelto loca y casi ocurre y todo por encontrarte de esa manera, fregado muchacho. El silencio hace bien, porque hablas para adentro, contigo, tal vez eso me ayudó. También me sirvieron las lágrimas que sacaron poco a poco la pena de perderte, <<madrecita, no quise que pasara por esto, pero no podía más>>. Me apoyó la familia y me rehíce, aunque todavía me duele, siempre dolerá. Lo más complicado fue al año de tu muerte, tú nunca lo sabrás, es terrible ese vació que siente una madre cuando pierde a un hijo, no te estoy culpando de nada, es solo que ese primer año fue muy complejo, un caos, el mundo se puso de cabeza y después un ruido sordo, algo verdaderamente horrible.

Ven, acércate, aunque sea para que huelas la comida que te traje, siéntate aquí sobre la tumba, fregado muchacho, al menos así disfrutarás de tu comida favorita. Sé que estás feliz porque cuando estabas vivo era bien tragón y esta comida nunca la perdonabas, <<muchas gracias, madrecita>>. Acércate, hijito, déjame al menos sentir que estás aquí, que te gustó la comida que te hice, hijito, ojalá supieras la falta que me haces, que no estoy tranquila por tu muerte, <<ya no se preocupe, madrecita, estoy en paz>>. No dejaste hijos ni esposa, ni algo vivo que me hiciera verte, recordarte, así de canija es la vida. Estabas joven, pero tenías tus razones, ay, el corazón se me hace chiquito de recordarte, de extrañarte, no encuentro la calma. <<Madrecita, muchas gracias por la comida, como cada aniversario está muy rica, venga, vamos a descansar de una vez, usted se lo merece, siempre ha sido muy buena y no es justo que ya sean tres años penando, vamos, aquí está su lugar, ahí por fin va a tener paz>>.


Tula de Allende, Hidalgo, México, 1984. Licenciado en Filosofía por la UAM-I, fue profesor de filosofía a nivel bachillerato por diez años. Es autor de los libros independientes No los llames (2018), y En esta parte del mundo (2020). Algunos de sus cuentos han sido publicados en antologías de Hidalgo, Ciudad de México y Perú. Además, ha publicado cuentos en revistas impresas y digitales. En 2020 el libro No los llames se publica de manera digital con la editorial ecuatoriana Libros Duendes y en 2021 fue traducido al inglés y al italiano.

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