Casi Kipchoge, por H. Salvador

Casi Kipchoge, por H. Salvador

Madrugada del 1994, tengo diez años y estoy con una guía de estudio para la olimpiada mexicana de historia abierta por la mitad sobre la mesa de pino de la habitación que comparto con mis papás en el hotel a donde mi escuela primaria católica nos mandó. La Guerra de los Pasteles. Anastasio Bustamante. Francia. Santa Anna. México. Victoria francesa. Yo no lo sé, ni tampoco mis padres, pero soy de los pocos (poquísimos) menores de edad que se quedarían estudiando hasta las cinco de la madrugada algo que probablemente sí olvidé para mi edad adulta. Ellos saben que habrá un concurso, le dicen olimpiadas, no olimpiada. Ellos saben que es en un par de horas. Ellos están dormidos. Ellos dijeron que saben que voy a ganar. Ellos, días antes de que yo quedará a pocos puntos de ser el ganador del primer lugar de este examen de historia, frente a mí, hicieron una reservación en la pizzería de las Tortugas Ninja para celebrar mi falsa victoria. Ellos no se lo esperaban, estamos sentado al comedor, con el sobre de los resultados al lado de la Coca-Cola de 2.5 L. Mi papá abre el sobre.

El pequeño keniano de ocho años Eliud Kipchoge festeja brincando y aleteando como una gran paloma, acaba de ganarles una carrera a los demás niños. ¡Kipchoge ganó!, ¡Kipchoge ganó! Grita él mismo luego de llenarse los pulmones con todo el aire de Kapsisiywa.

Madrugada del 1994, aún tengo diez años y estoy llorando. Lleno todos mis pulmones con todo el aire de San Luis y sepulto un grito en la almohada de mi cama individual, mojo las sabanas de la liga de la justicia, muerdo mi lengua para no gritar. Hui del comedor con las lágrimas contenidas como una presa, los ojos como cristales líquidos. Haya sido porque no pude callar el ruido en la almohada o porque mi mamá mató al elefante en el comedor, ella llegó con el sobre en las manos. No pasa nada hijo, tú eres el mejor. Supongo que dijo esas y más palabras de aliento, no lo supe. Esa noche me tocaba a mí lavar los trastes. Yo era un cristal líquido. Me abracé a mi mamá. Me ganaron mamá. No hijo, ellos no ganaron, tú perdiste. Los dejaste ganar, porque pudiste dar más, eso no es todo lo que puedes dar pero no importa. Me dolía la lengua. Suspiraba todo el aire de San Luis mientras mi mamá me consolaba posando su mano en mi cara roja y caliente. Llevaba tantas horas encerrado en mi cuarto llorando que podría exprimir mi cama e inundar San Luis. Segundo Lugar. Plata.

            Bajo al comedor, paso por la cocina y veo a mi papá lavando los trastes. Me sonríe, él sabe que necesito cariño, por eso está lavando los trastes. Unas semanas después vamos a la pizzería de las Tortugas Ninja, para mí eres un ganador. Luego me dicen que me quieren comprar ese robot que tanto quería y que posaba como fisicoculturista tras la ventana de la tienda más grande de artículos tecnologicos en el segundo piso de la plaza San Luis. Te lo mereces porque eres el mejor de todos. No es cierto, pero bueno, pienso. ¡Vamos!, y si quieres luego vemos esos rompecabezas de 2,000 piezas que tanto ves en YouTube y que tanto te gustan. Caminamos hacia allá, pasamos por la tienda de deportes y veo ese cartel con varias personas corriendo:

“El mejor calzado deportivo
El calzado de los corredores
El calzado que no te dejará detenerte
El calzado para los ganadores”

Oye papá, ¿y si mejor me compras unos tenis?

Paris Francia, cinco mil metros, año 2003, oro para Kipchoge con 19 años.

El Calvario Jerusalén, seiscientos metros, año 0033, plata para Yeshua bar Yosef con 33 años.

Madrugada del 2026, mi padre ha muerto hace unos años. Estoy hospedado en el hotel donde el comité olímpico mexicano nos hospedó a mí y a parte del cuerpo atlético representativo de México. Hay de todo. No puedo dormir. Mañana se llevará a cabo la prueba de atletismo más importante en mi vida. Mi primer maratón olímpico representando a México. Tuve por la mañana una charla con el gran Kipchoge, me contó que hay algo con lo que no está demasiado contento. Me dijo que en Kenia se siente como el número dos. What are you talking about?, le pregunté. Verás, no he podido romper el record de Samuel Kamau Wanjiru. 2008, dos horas, seis minutos y treinta y dos segundos. Espero conseguirlo, me dijo y después se rio. Cené ligero, una ensalada y media porción de proteína. Quiero dormir. (2:06:32)

            Kilómetro 38, mis pies han adquirido consciencia propia. Ellos me llevan, ellos cargan conmigo y con todo lo que pasa por mi mente: Mi madre está viéndome por la televisión; Mi hermano menor está en el trabajo, sigue odiándome, me sigue culpando por lo de mi padre; Mi esposa en las gradas techadas siguiendo la transmisión de las personas de diversas nacionalidades que pasan frente a ella corriendo televisada en pantallas gigantes. No logra distinguirme cuando paso por donde ella está ubicada, pero sabe que es momento de trasladarse hacia una distancia cercana a la meta para darme la bandera de México; Kipchoge delante de nosotros. Pienso en los tweets que se escribirán en un rato, pienso que pueden ser de dos tipos: “Kipchoge pierde contra el mexicano…” o “Kipchoge vuelve a ganar llevándose el triunfo con todo y el nuevo record olímpico superando a su compatriota Samuel Kamau Wanjiru muerto después de haberse lanzado por la ventana al ser descubierto por su mujer con otra dama en la cama”. ¿Me ensombrece un poco mi victoria con su nombre, o lo ensombrezco yo con todas las palabras que se escribirán no de él si dejo que él le arrebate el record mundial al otro keniano adultero fallecido?

            Si Yeshua bar Yosef hubiera ganado el oro en el Calvario no se hablaría tanto de él.

            Mi esposa me sonríe y puedo ver en sus ojos la preocupación que mi físico molido le transmite, si ella hubiera podido me hubiese limpiado el rostro con la bandera y se la hubiera quedado, estrechada en su pecho, viéndome continuar mi pasión. Pero no, Tomo la bandera y sigo corriendo. Volteo hacia atrás, no hay nadie. Todos desaparecieron y sólo estamos yo y Kipchoge, en ese orden. Nos duelen los pies. El sol nos latiguea la espalda. El público grita. En las pantallas la cara de Kipchoge parece preocupada, nunca se le había visto así. Me robo todo el aire de los 42.195 km que nos rodean y rebaso al keniano. Ahí está la meta. Volteo hacia atrás y Kipchoge me sonríe. Cuando ya llevo un tramo considerable, una buena distancia que nos separa alzo la bandera con ambos brazos. La tela está fresca en mi espalda, mi esposa la mojó un poco con agua. Kipchoge sonríe con más intensidad. Los gritos de todos se enmudecen cuando me ven detenerme de un paso. Me planto en el pavimento y veo a Kipchoge cruzar a mi lado. Se le borró la sonrisa. Ahora me odia. Cruza la meta con la bandera de Kenia hecha bola en la mano. (2:06:31). Cañones de confeti celebran el nuevo record olímpico. Corren a abrazarlo. Suelta la bandera de Kenia y me ve. Sé que me odia.


Microbiografía

Salvador, San Luis Potosí, SLP. Desde temprana edad desarrolló un gusto por las artes, siendo la literatura el campo que le permitió una completa percepción del alma humana y lo post-humano. Pasa de las etiquetas y no se siente perteneciente a ninguna corriente literaria o grupo en específico (aunque siente gran empatía con grupos extremistas y de carácter social/ecológico). Dentro del underground se le ha relacionado con el postmodernismo, el metamodernismo y algo que podría llevar el mote de fantasía sucia o surrealismo sucio. Parte de su narrativa se ha publicado en revistas literarias digitales y físicas de carácter internacional en la modalidad de narrativa y ensayo. Actualmente imparte sus laboratorios literarios donde analiza y experimenta con las letras llevando a la literatura a su próximo estirón evolutivo. Desarrolla (y comercializa) su obra literaria de manera independiente. Escritor experimental.