Cuentos de Santiago Villa Ortiz

Cuentos de Santiago Villa Ortiz

El durmiente

Era medianoche y un joven yacía dentro de un cajón. Su visión estaba borrosa, sus oídos aturdidos y no percibía ningún sabor en la boca. Su piel se sentía fría y sus huesos parecían envejecidos. En ese momento, el joven decidió sacar la cabeza del cajón y notó la presencia de una sombra animal. Contó sus patas y una sensación de miedo se apoderó de él al hacer cálculos. El nerviosismo se hizo presente y el asombro lo invadió. La locura y la muerte acechaban en su mente. Mientras volvía a contar las patas, el espectro percibió la presencia del joven y ambos se quedaron mirándose, guardando un silencio sepulcral.

En un impulso, el joven metió de nuevo la cabeza dentro del cajón y dirigió sus manos hacia una de las extremidades. Con fuerza, la arrancó y la lanzó fuera de la caja. Luego, volvió a dormir.

Versión #4

Un hombre se encontraba sentado al borde de su cama, rodeado por la oscuridad. No había estrellas que lo acompañaran, ni seres vivos en todo el universo. Sus pies temblaban, sus párpados se abrían y cerraban, sus pulmones se sentían fatigados y su corazón parecía apagarse con el paso del tiempo. Los recuerdos de su hijo único se hacían presentes, mientras su espíritu parecía abandonar su cuerpo.

Decidió levantarse de la cama y comenzó a buscar el interruptor de la creación. Luchó para no sufrir en su camino, pasando por tres eternidades hasta que finalmente encontró el interruptor. Con su dedo, pulsó el interruptor y su espíritu volvió a su cuerpo. Entonces, dijo con determinación:

¡Que se haga la luz!

Y la luz se hizo.

Suicidio

El día de mi suicidio derramé sobre mi alma un gran balde de sangre de los inocentes. Corte en pedazos cada parte de mi cuerpo para no dejar rastro. Los pedazos los envolví en un papel cubierto de heces y mentiras. Cada ojo lo arranqué con un tenedor hecho de madera santa. Rajé con delicadeza mi piel para extraer cada uno de mis huesos. El pellejo lo entregué a los ciudadanos de la calle. Con un alicate sacado de una caja de recuerdos quité cada una de mis uñas. Cada gota de sangre la guardé dentro de un biberón de bebe. Mis últimas palabras fueron escritas en una pared de lágrimas. El día de mi suicidio mi padre agradeció al cielo. Mi madre consiguió otro hijo.

Olvido

La abuela se recostó en su cama, cerrando los ojos exhausta por el largo día. El cansancio la invadió, acompañado de una fiebre persistente y una intensa migraña. Mientras yacía allí, recordó la ausencia de su hijo y se preguntó por qué no había venido a visitarla.

En ese momento, un ruido rompió el silencio. La abuela abrió los ojos y vio a un hombre parado frente a su cama. Por un instante, creyó que era su hijo y se llenó de alegría. Sin pensarlo dos veces, se levantó de la cama y corrió hacia él, abrazándolo con fuerza.

Trágicamente, en ese abrazo efímero, su cuerpo se desplomó en el suelo y murió al instante.

Cuento

Caperucita se cansó de ser devorada. Prefirió cambiar el cuento. El lobo fue su alfombra. La abuela quedó como golosina. El cazador era su esposo. El narrador era su amante. Ella fue feliz para siempre.


Santiago Villa Ortiz nacido en Cúcuta, Colombia (1 de enero del 2001) futuro graduado en Literatura y Lengua Castellana con una investigación meritoria. Director de la Editorial El Observador, promotor de lectura, profesor de escritura e investigador, poeta, cuentista y ensayista.