In memoriam, por Aura Luna
Tapié las puertas y ventanas sin mucho afán.
Un manojo de documentos con fechas, nombres, a propósito olvidados en la mesa del comedor, son la baraja del destino resguardada en una bolsa plástica sin sellar.
Las llaves en el perchero cuelgan con una mirada infantil de tristeza fingida, innecesarias como los anuncios oficiales del desalojo y la lista de albergues donde todos tenemos el mismo rostro de congoja y expectativa.
Una a una apago las luces que vuelven penumbra el día gris.
En la prisa del desasosiego los deberes domésticos esperan y su estampa inherente a su condición de objetos inamovibles sujeta mis zapatos en el cemento de un patrimonio que ya no me pertenece.
Situada en este y otros tantos lugares, omnipresente, mis ojos se habitúan en la oscuridad.
Voy nombrando en una lista interminable y burocrática los muebles, los objetos decorativos, repaso los títulos de los libros, discos y medicamentos. Nombro cada parte de mi cuerpo desde los pies hasta mi cabeza:
veinte dedos
dos piernas,
una vulva,
veinticuatro costillas,
treinta y dos dientes,
una nariz,
dos ojos,
una cabeza,
ciento cinco mil cabellos.
El viento sopla, ciento cincuenta y tres kilómetros por hora, no, el viento ruge, doscientos nueve kilómetros por hora.
Es un monstruo violento, agresivo, es su voz cuando llega tarde, con aliento alcohólico. Yo lo oía desde mi cuarto, de cuclillas con mis manos abrazando mis piernas susurraba o rezaba no lo recuerdo.
–Ssssh no te muevas, respira lento…
Es el viento que azota la puerta y cruje todo a su paso, doscientos cincuenta y un kilómetros por hora.
La mano arrastrándome ahora del brazo, o de las ropas, del cabello.
Llueve ligeramente,
–No llores, calla, no llores lo harás enojar.
Doscientos veinticinco kilómetros por hora. Llueve precipitadamente.
La casa tiembla, yo tiemblo, la vida tiembla, no, yo estoy de pie sin poder moverme como un objeto más de ese lugar que no me pertenece, pero he tapiado con esmero para resguardarla, de qué, de quién.
Un golpe, después otro y otro. Agudizo mi oído, no es juego pero desde mi escondite voy adivinando lo que se rompe contra las paredes, en el suelo caen ruidos metálicos, cristalinos, secos. Huesos rotos, gotas de sangre espesa y caliente con un sabor a óxido.
Diluvia una tormenta por cuarenta noches, el mar escupe y grita con su aliento sobre mi cara, cierro los ojos, aprieto las mandíbulas. No tengo miedo, sí lo tengo pero él no lo sabe porque abro los ojos y lo miro directo con la frente fruncida y le regreso el escupitajo en la cara. Lo provocó para que no pare, sé que no parará hasta que se quede sin fuerzas.
El huracán pasó. Vuelvo a casa, debería decir perdóname padre, pero no lo siento. La casa está destruida y entre escombros su cuerpo inerte aún atado a su lecho me mira con las cuencas vacías.
Aura Luna. Ciudad de México, 1980.
Estudió Letras hispánicas en la UAM Iztapalapa, su primer libro de poesía Dopamina y otras culpables que cuentan ganó el premio de poesía Poetas en Construcción en el año 2001, editado por el colectivo del mismo nombre en Cd. Nezahualcoyotl donde radica desde los 6 años. Apuntes de musas postmodernas de edición independiente y artesanal se publicó en 2010. Pertenece al colectivo El Chimeco Ebrio y actualmente está en imprenta Poemas para mi ex
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