Para una reivindicación de la felicidad, por Alexis Aparicio Díaz | Ensayo

Para una reivindicación de la felicidad, por Alexis Aparicio Díaz | Ensayo

En la medida en que pretenden desarrollar una explicación de la totalidad de hechos y fenómenos de la existencia, los sistemas filosóficos suelen ser tramposos, pues en ese entramado, inevitablemente, algún elemento de la realidad quedará fuera o será forzado a supeditarse a una serie de normas más o menos arbitrarias.

En las últimas décadas, y quizás como consecuencia del fracaso de los grandes relatos emancipadores, la constante en las explicaciones del mundo —me refiero a las filosóficas, sociológicas o humanísticas; la física, por ejemplo, se cuece aparte— es poner énfasis en los elementos perjudiciales de la realidad, en un exacerbado afán por exponer una visión pesimista de la existencia. Los escritores nos hemos vuelto emos profesionales, ideólogos de la insatisfacción. Esto, pienso, ha tenido un efecto psicológico nocivo en las personas, que terminamos, efectivamente, por fijar nuestra mirada únicamente en las cosas negativas —pues la teoría es una suerte de filtro que nos ayuda a interpretar la realidad—, y eso, sumado a los evidentes problemas que parecen confirmar esos planteamientos, y cuya existencia no estoy negando, nos tiene deprimidos.

Aunque se haga con propósitos distintos, desde todos los frentes se contribuye a alimentar esta perspectiva: videos en redes sociales, noticieros, medios de comunicación masiva, producción artística, estudios académicos, incluso memes. En todos lados parece imperar la imagen del mundo como un escenario apocalíptico, aunque aún se pueda, si es que no se vive en condiciones paupérrimas, salir a la calle y maravillarse con la luz del día. Si la gente —o las inteligencias artificiales— del futuro siente curiosidad por revisar nuestros registros históricos, podrán concluir que la nuestra fue una época del desencanto. Así como hoy percibimos el final de la antigüedad romana, los tiempos de la peste negra o el periodo posterior a las guerras mundiales.

No digo que estos problemas no existan o que haya que ocultarlos en un afán por fingir que no somos infelices, más bien denuncio el exceso con que los hemos enunciado, el hartazgo que produce la turba de quejosos en redes sociales. Yo fui una persona así de pesimista. Pensaba, en consonancia con las ideas de un Sigmund Freud, que la felicidad era un estado utópico, efímero. Llegué a pensar, en ese típico despliegue de pedantería que parece otorgar estatus, que la infelicidad era el estado natural de las personas inteligentes, en contraste con los imbéciles, que, como erróneamente se cree, son todos una bola de contentos y conformistas. Pero con los años, cambiando mi estilo de vida, también ha cambiado mi percepción. Por eso creo que la existencia no es necesariamente ese infierno que nos han repetido hasta el cansancio. Y también creo que, contrario a lo que puede parecer, insistir tanto en ello no nos hace personas rebeldes; más bien nos alinea con el orden prestablecido. ¿Quién se beneficia más de una población eternamente insatisfecha? ¿No serán acaso los dueños de aquellas empresas que nos garantizan la obtención inmediata de la felicidad a cambio de nuestro dinero?

Insisto en que se trata de un problema de enfoque. Alguien podrá decirme “Fucking hippie motherfucker”, pues es verdad que, como dijo Wittgenstein, el mundo del desdichado es otro que el del feliz. Se me acusará de privilegiado (aunque no lo soy, o al menos no tanto como esos artistas y universitarios que se llenan la boca señalando microprivilegios, asumiendo que, si no se vive en la mendicidad, se debe cargar con un eterno complejo de culpa).

Solo digo que, precisamente porque hay la prueba, porque existimos quienes, incluso sin tener lo que prototípicamente se entiende como éxito, hemos alcanzado una sensación de bienestar continuo y agradecimiento por la vida, necesitamos perspectivas más equilibradas, reconocer que el mundo también está repleto de cosas hermosas que hacen que el tránsito por este mundo valga la pena. Encontrar la belleza, descubrir los elementos que nos han ocultado para mantenernos en letargo, es un modo de luchar contra el discurso unidimensional que nos ha vuelto unos quejosos e infelices. Como dice Logan Hate en una hermosa canción:

Que no está todo mal,

que a veces brillan las estrellas.

Que tengo un kilo de grosellas

en el patio.

Y que la vida se marchita

cuando somos ingratos.

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Semblanza: Alexis Aparicio Díaz (Ciudad de México, 1999) estudia la maestría en Filología Medieval, Áurea e Hispanoamericana de los Siglos XVI al XVIII en la UAM Iztapalapa. Es autor del libro ARES 77: Narcoepigramas y Poemas Tumbados (2024, Niño Down Editorial). Ha publicado cuento, ensayo, poesía y traducción en diversas revistas como MarabuntaIrradiaciónSarancháPágina SalmónCarcajPunto de Partida, etc. Venimos de abajo y la meta es el cielo.